Tradicionalmente, el proceso de edición
ha venido siendo realizado por la editorial y no por el autor. En la
preparación se abordaban cuestiones técnicas más cercanas a la
estandarización de la apariencia del producto por razones de
mercadotecnia, es decir, de adaptarlo a los gustos convencionales de
los consumidores, o bien a las propias limitaciones de la industria
(tamaño, colores, fuentes tipográficas), que al proceso creativo o a la
idea de apariencia final originales del autor. Por ejemplo, un escritor
no solía decidir la tipografía o el color de la portada de su libro, o
bien un editor podía introducir una errata en un libro que,
originalmente, no la tenía. Sin embargo, la llegada de la informática
y, sobre todo, de Internet, ha hecho posible que, en muchos casos,
autor y editor sean la misma persona, brindando a este el control
absoluto del producto hasta su llegada a los consumidores
Esto a su vez ha provocado que, en
ámbito de la Red, el límite entre el proceso puramente creativo y el de
edición no sea tan evidente como lo era antaño, como lo demuestra la
siguiente acepción de la palabra «edición», recogida en el DRAE:
«acción de abrir un documento en una computadora con la posibilidad de
modificarlo»; no se indica si los fines de la modificación son
creativos o editoriales.